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El gran dilema ganadero: alimentar a los argentinos o conquistar el mundo

¿Tiene futuro la ganadería? Aunque parece una pregunta sin sentido, en especial en un momento en el que los precios de toda la cadena vacuna llegan a niveles impensados hace solo 1 o 2 años atrás, tiene más sentido que nunca.

Si bien corresponde otra pregunta previa: “¿para qué?”. Y aquí está el gran dilema. Puesto que si la respuesta es satisfacer al mercado interno, entonces el futuro de la ganadería puede ser muy bueno, pero habría que reducir el rodeo a la mitad. No se necesita más para una ingesta que va a oscilar entre los 45 y los 50 kilos actuales. No hay que olvidar que en la oferta de carnes también juegan el pollo, el pescado, la carne de cerdo, y todavía no tienen mucho peso en el mercado los ovinos o la pavita, pero también van a llegar y lograrán su espacio, con una demanda global de alrededor de 120 kilos/habitante/año, aunque seguramente con más cambios en los porcentajes de cada una de ellas.

Entonces, si el futuro de la ganadería vacuna es solo el mercado interno, Argentina ya está hecha, y apenas hay que lograr el “achicamiento” lo menos doloroso posible.

¿Pero qué pasa si la respuesta es el mercado internacional? Ni más ni menos que lo que Argentina exportó desde que comenzó a ser colonia, mucho antes de su independencia en 1816 y su despertar como República. Bueno, en ese caso, la perspectiva es mucho más compleja y los deberes pendientes son cada vez mayores. La pregunta entonces es: “¿cómo?”.

Para comenzar, es necesario que, además de la decisión particular o el gusto de dedicarse a la actividad, haya un “plan-país” que decida esta opción. Algo así como Vaca Muerta para aprovechar la energía —ya cuestionada, pero todavía vigente— de seguir consumiendo energía fósil, la más contaminante para el ambiente.

En ese caso, con un marco de referencia que asegure la continuidad de algunas políticas de tipo fiscal, cambiario, de propiedad privada, libertad de mercados, prioridad en materia de obras estratégicas (conectividad, caminos, FFCC, puertos, etc.), se pueden llegar a encarar las inversiones de mediano y largo plazo que requiere hoy la ganadería.

Incluso, como pasó el siglo pasado, se puede esperar inversiones extranjeras que faciliten y aceleren el proceso. En aquel momento fueron fondos de inversión como los ingleses o estadounidenses (King Ranch, Swift o Armour, entre varios otros).

Mucho más adelante vinieron también los brasileños. Pero en diferentes momentos, aunque por las mismas razones, todos se fueron yendo, y más cercano aún, parte de los locales también cambiaron de actividad o directamente se retiraron.

Tanto así que, del pico de más de 60 millones de cabezas del rodeo vacuno de la segunda parte de los ‘70, en la actualidad apenas se ronda las 48 millones de cabezas, con una participación muy alta de hembras en la faena (+ de 48%), lo que indica que, aun con los altos precios de hoy, no se está produciendo recomposición del stock.

El modelo ganadero en crisis

O sea que, en medio siglo, Argentina, con su producto más emblemático, ni siquiera acompañó el crecimiento demográfico interno, situación que se neutralizó gracias al crecimiento de la producción y la demanda de carnes de otras especies (en especial la aviar), lo que permitió mantener las exportaciones de carne vacuna, aunque la participación relativa del país en el comercio internacional cayó fuertemente.

Por supuesto que el potencial está intacto. Pero para hacer crecer el rodeo faltan inversiones dentro y fuera del campo: desde recuperar alambrados, instalaciones, molinos, pasturas, eléctricos, etc., hasta fuera del establecimiento con caminos, comunicaciones, plantas frigoríficas y más. Todo lo cual, aun con los capitales, va a llevar años.

Igual, queda una chance intermedia, algo más inmediata, que es el crecimiento “vertical”: lograr aumentar la producción con el mismo rodeo, lo que sería una posición intermedia entre la nada y el óptimo. Es decir, si el país está estancado en los 3–3,3 millones de toneladas de producción de carne por año, se podría pensar en aumentarla, y hasta duplicar ese volumen en 7–10 años, con muy buena tecnología, mejor sanidad y un mucho mayor extensionismo. Pero eso es factible. ¿El país quiere hacerlo? Y los productores, ¿están dispuestos?

De hecho, Argentina es el único país de los señalados como “grandes” en ganadería vacuna que aún sigue vacunando contra la aftosa. En el hemisferio norte occidental no queda ninguno; en Sudamérica, Brasil y Bolivia ya dejaron esta práctica, en tanto que Paraguay acaba de presentar su protocolo para hacer lo propio en 2026, y es probable que Uruguay haga lo mismo.

A pesar de contarse con un área “libre” y sin vacunación, ni la producción ni las exportaciones crecieron desde esa región en forma significativa y, más bien, presenta un mayor estancamiento que el resto del país.

Los costos extra que se le aplicaron hasta ahora al sistema, varias veces superiores a los restantes países que tienen esta práctica, recién comienzan a ser protestados, y la promesa de importación de vacunas mucho más baratas sigue dilatándose sin que las entidades hagan oír su voz.

A esto se sumarán otras cargas a cargo de los productores, como la identificación electrónica, la trazabilidad, los sellos de “libre de deforestación”, el “control de la garrapata”, que a pesar de las décadas transcurridas lo único que logró hasta ahora es generar nueva resistencia a medicamentos y sistemas cada vez más caros y menos eficientes. Y así sigue la lista.

Pensar en términos de bajar el “costo argentino” parece una fantasía, igual que priorizar la competitividad, más aún para el mercado internacional, si es que este fuera el objetivo nacional y el de los particulares involucrados.

Y hasta el sistema de experimentación y extensión —el INTA— está en jaque, sin que se sepa oficialmente cómo terminará, y sin que la dirigencia haga conocer alguna propuesta que ayude a la imprescindible reconversión que necesitará el país si es que quiere recuperar el tren ganadero que parece haber perdido (al menos frente a los vecinos, y hasta internamente), y sin disminuir más la cantidad de productores.

Pareciera haber llegado la hora de definir qué se quiere hacer, ya que el largo estancamiento no es “solo” culpa de las políticas oficiales o de los mercados internacionales.

Como asegura el dicho: “la culpa no la tiene el chancho, sino el que le da de comer…”.

FUENTE: Susana Merlo – Más Producción